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lunes, 14 de marzo de 2016

¿Por qué y para qué bostezamos?

No hay acuerdo sobre la función de este gesto habitual. La última hipótesis asegura que ayuda a «refrescar» las ideas. Y podría por tanto ser útil provocarlo en situaciones de tensión.

¿Por qué abrimos desmesuradamente la boca, inspiramos durante un rato y la volvemos a cerrar cuando tenemos sueño o nos aburrimos? La respuesta no es fácil y los expertos no se ponen de acuerdo. “no está tan claro que sea como creemos porque nos aburrimos, sino que da la impresión, por los estudios de los últimos años, que es más una cuestión de empatía”, explica el profesor Manuel Díaz-Rubio, presidente de honor de la Real Academia Nacional de Medicina. Acaba de presentar su libro “Los síntomas que todos padecemos” (editorial Aran), que incluye entre ellos al bostezo.
Díaz-Rubio explica a ABC que el bostezo está relacionado con los ritmos diarios más primitivos como dormir, despertar, relajarse o reproducirse. La teoría más aceptada para explicar este comportamiento motor es su relación con nuestra capacidad de empatía. De ahí que aparezca con mayor frecuencia, explica Díaz-Rubio, en situaciones de familiaridad, entre amigos y conocidos. Y en función del grado de empatía que sintamos con quienes nos acompañen se hace más contagioso.
Algunos estudios relacionan el bostezo con el hipotálamo, una zona del cerebro encargada precisamente de regular funciones básicas como el hambre, el sueño, la temperatura o el comportamiento sexual, indica Díaz-Rubio. Tendría cierta relación con el neurotransmisor dopamina, que se va perdiendo al envejecer y explicaría por qué con los años se bosteza menos, indica como curiosidad.
La creencia común es que el bostezo ayuda a aumentar el suministro de oxígeno. Otras teorías apuntan a que el bostezo facilitaría apertura de los alveolos o incluso la ventilación del oído medio. Y todo es posible como justificación a esa forma de abrir la boca de forma tan tremenda y forzada, explica este experto. Sin embargo, no hay estudios concluyentes.
Una de las últimas hipótesis, publicada en “Physiology & Behavior”, sostiene que bostezar en realidad sirve para refrigerar el cerebro, lo que supone una mayor eficiencia y activación mental. Además, esta teoría podría también explicar por qué los bostezos son tan contagiosos, ya que al parecer la difusión de este comportamiento podría ayudar a mejorar la vigilancia global del grupo, lo que justificaría su conservación evolutiva, puesto que está presente también en primates no humanos y otros animales como los perros.
Según explican los investigadores los ciclos del sueño, activación cortical y estrés a los que hace referencia el profesor Díaz-Rubio- están asociados con fluctuaciones en la temperatura del cerebro, por lo que el bostezo tendría como misión mantener su temperatura dentro de unos valores adecuados. Según esta teoría, el bostezo sólo debería ocurrir dentro de un rango óptimo de temperaturas, lo que significa que habría una ventana térmica para el bostezo.
Para probarlo los investigadores de la Universidad de Viena midieron la frecuencia de bostezos entre los peatones de Viena, Austria, durante los meses de invierno y de verano, y luego compararon estos resultados con un estudio análogo realizado en el clima árido de Arizona, EE.UU. Al parecer en Viena las gente bostezaba más en verano que en invierno, mientras que en Arizona los bostezos eran más frecuentes en invierno que en verano.
Habría, según este estudio, zona térmica óptima o gama de temperaturas ambiente alrededor de 20º C que favorecen el bostezo y su contagio. Por el contrario, este contagioso gesto se produce y propaga menos con temperaturas próximas a los 37 ° C en el verano de Arizona o en las frías condiciones del invierno de Viena.
Según esta hipótesis, bostezar dejaría de ser funcional cuando la temperatura ambiente es tan caliente como la del cuerpo, y tampoco parece necesario abrir mucho la boca, o incluso puede tener consecuencias perjudiciales, cuando las temperaturas son muy bajas.
En cualquier caso, dada la importancia de las posibles funciones que cumpliría, no está de más seguir el consejo del profesor Díaz-Rubio, que no es otro que provocar el bostezo antes de una situación muy extrema que suponga tensión porque oxigenaría más y nos ayuda a relajarnos. Y si hacemos caso a la última investigación, también aclararía nuestra mente.
Dadas sus posibles funciones, tal vez habría que poner en valor este gesto natural, que “implica hábitos como taparse la boca, con sensación de vergüenza por ser signo de mala educación”, apunta Díaz Rubio y aclara que este “estigma” que rodea al bostezo proviene de la Edad media, “porque se recomendaba taparse la boca para no transmitir enfermedades. Pero seguramente había que utilizarlo de forma terapéutica, igual que la risa”.

miércoles, 9 de marzo de 2016

Nuestro cerebro también necesita sufrir


Las emociones negativas también son necesarias para el buen funcionamiento de nuestro cerebro. Te contamos por qué.

Dice el diccionario de la R.A.E. que la felicidad es un estado de grata satisfacción espiritual y física pero, un poco después,  reconoce que para que esto ocurra, también debería darse una ausencia de inconvenientes o tropiezo: algo poco probable en la vida que, por definición, se desarrolla en un entorno cambiante. Sin embargo, incluso socialmente, parece que se está obligado “a ser feliz”… El problema es que esta imposición de la felicidad dificulta el gestionar adecuadamente las emociones llamadas “negativas”... ¡Y el cerebro necesita ambas cosas! Las emociones como la tristeza, el miedo o la ira no son “negativas”, sino necesarias y cargadas de enormes ventajas adaptativas. Vamos a ver por qué.
¿Qué  sucede cuando un individuo se desplaza de su “zona de confort”? Que su cerebro explorador inicia todos los mecanismos necesarios para afrontar los cambios. Así, la amígdala dirige el control emocional de sus acciones, mientras el hipocampo limita su alcance basándose en las experiencias previas fijadas en su memoria. El cerebro entonces puede enfrentarse al miedo y alerta, emociones que garantizan su integridad. O puede tener que negociar con un posible desencanto por  una experiencia desagradable: empieza así el  necesario duelo que le permitirá re-evaluar su situación. Por último, incluso se puede desarrollar un potente enfado que le hará luchar contra lo que es peligroso o injusto.
Pero, obviamente, estas situaciones de alarma no se deben prolongar eternamente. Por ello, nuestro cerebro, a continuación, inicia, también, una serie de mecanismos atenuadores de ese desagradable conjunto de sensaciones. Estas respuestas “de recuperación” son en muchos casos iniciadas por señales químicas como, por ejemplo,  la liberación de oxitocina que comunica una sensación de confianza en el entorno.

miércoles, 2 de marzo de 2016

¿Sabías qué...?

CUANDO SE DUERME UN PIE

Todos hemos tenido la experiencia de que se “duerma” un pie. Este fenómeno se debe a la interrupción de las señales nerviosas. La causa suele ser la compresión de un nervio, por una mala postura, por ejemplo. 
La compresión de las fibras nerviosas que forman el nervio interrumpe en ese punto los potenciales de acción, de manera que las señales nerviosas que proceden de la extremidad no llegan al cerebro.
Para ser consciente de un estímulo sensorial es preciso que los potenciales de acción lleguen al cerebro, de manera que el miembro afectado queda insensible. Sin embargo, es frecuente que cuando se está recuperando (la interrupción de la transmisión suele ser transitoria, y el nervio habitualmente se recupera en pocos minutos) durante un tiempo se sienta dolor, pero no tacto.
Esto se debe a que las fibras de mayor diámetro tardan más en recuperarse de la compresión, y estas fibras son las que transmiten la sensación de tacto. En cambio, las fibras nerviosas que transmiten la sensación de dolor o de temperatura son más finas y se recuperan antes.